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viernes, 25 de junio de 2010

Preservar nuestra identidad

Gracias Hernán

La distancia nos acerca a lo que amamos, a lo que llevamos dentro y que no podemos ni queremos olvidar. Al menos es lo que experimenta la mayoría de las personas que dejan su terruño. Emigrar es llevarse en la mochila un ropaje de vivencias, es desencadenar la nostalgia y la añoranza, porque sabemos que no podemos sustituir aquello que un día dejamos atrás, independientemente del motivo de la salida. Pero esos recuerdos quedan, a veces, olvidados. No me lo perdonaría. Por eso este modesto blog y mis reflexiones sobre mi niñez y juventud.
Hoy quiero reproducir en 'Guajiro' una reflexión de un entrañable amigo, Hernán, mi vecino de Güira de Melena, esa tierra habanera por donde llegué a este mundo hace 47 años y que dejé, primero cuando hace 23 años me fui a vivir a La Habana, y después cuando, hace 12 años, vine a vivir y trabajar en estas frías tierras de Holanda. A Güira no la puedo apartar de mis pensamientos porque cada día la siento más cerca de mis raíces.

Me emocioné al leer su correo. Sus conceptos sobre identidad, la necesidad de preservar la memoria de nuestro pueblo y de nuestra isla, y su reflexión sobre la importancia de "no permitir que la memoria se corrompa en los vaivenes del presente y los olvidos del pasado", me alentaron a publicarlo. Gracias Hernán.

Amigo:
No imaginas lo que me gustó tu página sobre Güira; habíamos hablado de ella, pero no la había visto. Y te felicito por dedicar parte de tu tiempo y esfuerzos a preservar la memoria de este pequeño pueblo, que también es una manera de recordarnos nuestra esencia, y de resguardar alguna parte de nuestra identidad como nación.

Preservar la memoria en una isla es imprescindible. En un continente tal vez sea más sencillo. Si de ahí saliera algún día, siempre tiene la posibilidad de regresar por cualesquiera de los caminos que conectan una nación con otra. Además, la historia de los continentes es la de la permanencia; la "Tierra firme" siempre ha tenido en sus entrañas en don de la solidez, y las culturas que nacieron en ella no han podido ser quebradas. Las islas no. Las Islas llevan desde su misma esencia geológica el signo del cambio, de lo imperecedero, de la inmediatez. Aún cuando las islas preserven la autoctonía de floras y faunas, y desarrollen un sentido de pertenencia peculiar, la memoria siempre está en peligro de perderse.

Vivir rodeados de mar desencadena en los seres humanos que la habitan sentimientos muy diversos. El mar está asociado a lo invencible, a un poder indómito que sobrecoge cuando se le comtenmpla en sus momentos de mayor agresividad. Entonces el mar nos llena a ratos de un ahogo inexplicable, el de estar varados en un sitio del que no podemos despegarnos. Tal vez por eso la historia de las revoluciones en las islas ha sido de las más sangrientas, porque no quedaba otra opción que morir: la de escapar estaba franqueada por la impenetrabilidad del mar. Pero a su vez el mar crea una relación de dependencia.

No hay habitante de una Isla que pueda desentenderse del mar; este se le mete en la esencia misma y lo persigue dondequiera que vaya: no le permite renunciar a él, y dicen los que viajan que se le llega a extrañar como a los hijos que se dejaron del otro lado. Por eso también la insularidad presupone una vocación de viajes: el mar representa en la imaginería del isleño lo inexplorado, las preguntas por lo que habrá cuando ese mar desemboque en otras orillas. Y cuando las personas se van de una Isla, parte de la memoria se va con ellas, y el mar a veces logra llenar un vacío tan grande, que resulta en ocasiones imposible que esa memoria regrese. Entonces es imprescindible preservarla, más la de esta Isla que nos privilegió con su suelo. Creo que una zona de la historia de la evolución de nuestra identidad ha sido precisamente la de sus gentes tratando de crear una memoria que nos permitiera después saber quiénes éramos y que hacer con nuestro presente. Lamentablemente no ha sido fácil, y tanto, que hoy la fragilidad de nuestra identidad es tal, que todos los días temo que en cualquier momento pueda ser barriada y mestizada hasta diluirse en otras.

La colonia hizo cuanto pudo para evitar que los cubanos tuviéramos identidad; forjarla costó vidas y fue una lucha cruel por arrancarla, pedazo a pedazo, de las fuerzas dominantes sobre nosotros. Luego la república hizo su tanto. No en un enfrentamiento visible, sino, del peor y más eficaz de todos: la sutileza de dejarse ganar por los modelos extranjeros. Después de la república... Bueno, es historia que se está haciendo, pero memoria que no ha sido permitida tampoco.

Por eso me asusta tanto que los jóvenes partan. Ellos se van con una identidad trucada, manipulada las más de las veces, que lejos de arraigar desorienta, y ofrece la porción de parias que reclama la infranqueabilidad del mar. Y temo porque un día no encuentren el camino de regreso, no hacia la Isla, sino, hacia ellos mismos. Por eso me duele tanto que la identidad esté hoy a disposición de los vientos que soplan del mar, y la lleven a destinos diferentes cada vez. Lamentablemente no se globaliza la solidaridad, el amor o la paz; pero si las culturas más poderosas, con los medios necesarios para exportarlas. Entonces la identidad de las Islas, cercadas por el mar, finitas en sus latitudes, corre un peligro tremendo.

Cada día trato de penetrar más la cultura de esta mi Isla. Todo cuanto hago es por entender mi identidad y por transmitirla, por no permitir que la memoria se corrompa en los vaivenes del presente y los olvidos del pasado. Y duele tanto que decir a esta tierra amordazado por la indeferencia. Por eso me satisface tanto que desde un sitio tan ajeno a esta Isla tú andes también preservando nuestra memoria. Quizás llegue un día en que el mar deje de ser esa porción infranqueable de nosotros mismos y podamos domarlo hasta que nos devuelva la posibilidad de los encuentros más certeros con nuestra memoria.